La edición más especulativa del festival radical celebra el ahora como territorio creativo. Arte cinético, espiritualidad en polvo y diseño de futuros posibles en pleno desierto de Nevada.
Hay eventos que no se cuentan. Se viven. Se inhalan. Se recuerdan en flashes. Burning Man es uno de ellos. Pero si hay una edición que merece ser narrada, documentada y archivada para el futuro, esa es la de 2025.
Del 24 de agosto al 1 de septiembre, Black Rock City vuelve a alzarse como una ficción real —una ciudad temporal donde las leyes del mundo exterior se suspenden y se escriben otras nuevas. El tema de este año, “Tomorrow Today”, funciona como manifiesto, pregunta abierta y declaración de intenciones: ¿cómo sería el mañana si lo diseñáramos hoy, entre polvo, fuego y arte?

Diseño especulativo y arquitectura efímera
Burning Man nunca ha sido un festival de música. Ni de arte. Ni de tecnología. Es todos y ninguno. Es la performance más ambiciosa del mundo. En 2025, sus estructuras —temporales, inmensas, detalladas hasta el milímetro— responden al reto de habitar futuros posibles.
Las calles de esta ciudad-nación llevan nombres de pensadores visionarios, desde Vonnegut a Ada Lovelace. En el centro, la figura del Man, símbolo y tótem, se convierte en una antena cósmica para lo que está por venir. Este año, muchas instalaciones han sido concebidas con IA generativa, ingeniería bioadaptativa y materiales biodegradables. Pero no es postureo tecnológico: es coreografía colaborativa de ideas.
El Templo de la Profundidad: una herida sagrada
Diseñado por el arquitecto valenciano Miguel Arraiz, el templo central de esta edición toma inspiración de la filosofía japonesa del kintsugi, la técnica de reparar con oro las grietas de la cerámica. Una alegoría de la belleza del error, de la sanación y del duelo.
Con siete entradas —una para cada etapa del luto—, el espacio no es solo contemplativo: es un acto colectivo. Quienes entran, no salen igual. Aquí se dejan mensajes para los que ya no están, se rompen promesas, se celebran reencuentros. El último día, todo arde. Porque quemar también puede ser una forma de recordar.

Tomorrow is not a place
En Burning Man 2025, la tecnología no es escaparate. Es materia prima. En colaboración con colectivos de makers, artistas digitales y pensadores post-humanistas, se han levantado piezas que funcionan como ensayos abiertos sobre el presente estirado.
Hay esculturas que reaccionan a emociones humanas, drones que coreografían luces con algoritmos de escritura automática, y experiencias inmersivas donde la música se genera en tiempo real a partir de tus ondas cerebrales. El mañana ya no es una promesa, sino una interfaz.

Economía del regalo, no del like
En Black Rock City, no se compra ni se vende. Todo se ofrece, se construye, se regala o se intercambia. No hay Wi-Fi. No hay marcas. Lo que queda es una economía simbólica donde el valor lo determina el gesto. Una taza de café en medio del desierto puede ser más valiosa que una criptomoneda. Un consejo compartido a las 4AM, más transformador que cualquier keynote.
Radical sustainability
Burning Man es consciente de su huella, y lleva años transformándose para ser parte de la solución. Desde 2023, los proyectos más ambiciosos deben cumplir requisitos de sostenibilidad medibles. En 2025, eso se traduce en estructuras solares autosuficientes, vehículos artísticos eléctricos y nuevos sistemas de reciclaje descentralizado. El objetivo: ser carbono-negativo en cinco años.
Acceso, sí. Entrada, no.
Conseguir una entrada para Burning Man 2025 no es solo cuestión de dinero. Aunque los tickets van desde los $550 hasta los $3,000, el verdadero filtro es mental: ¿estás preparado para abandonar el rol de espectador? Aquí se viene a ser parte. A construir. A provocar. A sanar. Las entradas de bajo coste permiten que la diversidad no sea decorativa, sino estructural.

